Talleres de cocina ancestral en Yucatán

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En Yucatán, la cocina no es únicamente una expresión culinaria, sino también un vehículo de memoria, identidad y comunidad. Conscientes de ello, distintas iniciativas comunitarias, centros culturales y proyectos independientes han abierto sus puertas a los talleres de cocina ancestral, espacios donde la tradición se transmite de manera viva y práctica, permitiendo que visitantes y habitantes se conecten con los saberes que han dado forma a la gastronomía yucateca a lo largo de siglos.

Estos talleres suelen realizarse en cocinas tradicionales, muchas veces al aire libre y con hornos de tierra, lo que garantiza que la experiencia sea auténtica. No se trata de observar a un cocinero profesional en un escenario moderno, sino de convivir con mujeres y hombres de las comunidades que explican cómo se eligen los ingredientes, cómo se prepara la leña y cómo se combinan los sabores. La enseñanza es tan importante como el relato, ya que cada receta está acompañada de historias familiares y referencias al calendario agrícola y ritual.

Una de las experiencias más recurrentes es la preparación de la cochinita pibil, ícono de la gastronomía yucateca. En estos talleres, los participantes aprenden desde la preparación de la carne adobada con achiote hasta la elaboración del pib o horno subterráneo en el que se cuece. El momento de destapar el pib suele convertirse en un ritual compartido, acompañado de explicaciones sobre el simbolismo de la tierra y el fuego en la cosmovisión maya.

Otros talleres se enfocan en la cocina del maíz, elemento fundamental de la identidad mesoamericana. Allí se enseña a nixtamalizar el grano, molerlo en metate y transformarlo en tortillas, tamales o dzotobichay, un tamal envuelto en hoja de chaya. Esta práctica conecta a los participantes con técnicas ancestrales que aún perduran en las comunidades rurales. La preparación se convierte en un acto colectivo, donde cada persona aporta su esfuerzo y aprende de manera activa.

Los talleres también incluyen la elaboración de bebidas tradicionales como el pozole de maíz nuevo, el atole de maíz con cacao o la refrescante agua de chaya, mostrando que la herencia gastronómica no se limita a los platillos más conocidos, sino que se extiende a un repertorio de sabores que revelan la biodiversidad de la región. Asimismo, en algunos lugares se enseñan dulces de pepita, caballeros pobres y cocadas, recuperando recetas que han pasado de generación en generación.

Lo interesante de estos talleres es que no se conciben únicamente como una actividad turística, sino como un medio de revalorización cultural. En muchas comunidades, los jóvenes participan como asistentes, aprendiendo junto con los visitantes. Esto refuerza el sentido de orgullo y asegura que el conocimiento no se pierda. Además, el dinero recaudado por la participación suele reinvertirse en proyectos comunitarios, lo que convierte a la experiencia en una forma de turismo solidario.

En Mérida, algunas casas culturales y colectivos gastronómicos ofrecen talleres regulares, mientras que en municipios como Maní, Ticul o Izamal, la enseñanza se integra con recorridos por mercados locales y visitas a huertos familiares. De esta manera, los asistentes no solo cocinan, sino que conocen el origen de los ingredientes y las prácticas agrícolas que los sostienen.

Los talleres de cocina ancestral en Yucatán son, en definitiva, una invitación a mirar la gastronomía más allá del plato servido en la mesa. Quien participa descubre que cada preparación encierra un conocimiento histórico, un gesto de comunidad y una forma de resistencia cultural frente al paso del tiempo. Ya sea amasando maíz, moliendo especias o probando un guiso recién salido del pib, la experiencia conecta los sentidos con la memoria viva de un pueblo que ha sabido mantener sus raíces a través de la cocina.