En medio de la modernidad que avanza por Mérida y los corredores turísticos del estado, aún persisten prácticas ancestrales que forman parte del corazón espiritual de muchas comunidades mayas. En pueblos del oriente de Yucatán, como Tixcacalcupul, Tahdziú, Kaua o Chemax, los rituales mayas siguen siendo parte del día a día, con un respeto profundo por la naturaleza, los ciclos del maíz y la conexión con los dioses.
Uno de los más conocidos es el Ch’a Chaak, la ceremonia para pedir lluvia. Esta práctica, que se remonta a tiempos prehispánicos, es organizada por el “jmeen” (sacerdote o guía espiritual) y reúne a toda la comunidad. Se prepara una ofrenda con alimentos tradicionales, se colocan cruces de madera adornadas con hojas de palma, y se canta en lengua maya mientras se pide a Chaak, el dios de la lluvia, que bendiga las milpas. Aún hoy, muchas comunidades lo realizan antes de la siembra del maíz.
Otro ritual vigente es el Hanal Pixán, una festividad que honra a los difuntos a finales de octubre. Aunque ha sido ampliamente difundido en escuelas y centros culturales, en comunidades rurales esta ceremonia mantiene su carácter íntimo y sagrado. Las mesas se llenan de jícaras con atole, mucbipollos, frutas, velas, flores y copal. Se cree que los espíritus regresan a visitar a sus familiares, y todo el pueblo participa en una celebración que mezcla lo festivo con lo espiritual.
También persiste la ceremonia del hetz mek’, que equivale al bautizo en la cosmovisión maya. Se realiza cuando el bebé cumple cuatro meses (niña) o cinco meses (niño), y consiste en cargar al infante en brazos por primera vez de forma ritual. El padrino o madrina lo carga en una cruz formada por cuatro jícaras, dándole tortillas, frijolitos, una piedra y un libro, para asegurar su sabiduría y sustento en la vida.
En cuanto a la medicina tradicional, muchas personas aún acuden con los “jmeen” o curanderos para hacer limpias, curar el mal de ojo o tratar dolencias con plantas medicinales. Las “yerbateras” siguen preparando infusiones de chacá, ruda, anís, y otras especies de la selva baja. Estos conocimientos no están en libros, sino en la memoria viva de las abuelas.
A pesar de la globalización y la influencia de religiones externas, muchas de estas ceremonias se siguen practicando de forma paralela a los cultos católicos. Las capillas conviven con altares mayas, y los santos se sincretizan con las antiguas deidades. No se trata de un rechazo a lo moderno, sino de una resistencia silenciosa que defiende la conexión con los ancestros y con la tierra.
Incluso los jóvenes comienzan a interesarse por estas tradiciones. En algunas comunidades se están organizando talleres para aprender lengua maya, rituales de siembra y preparación de alimentos ceremoniales. Es un intento por no dejar morir lo que durante siglos ha dado sentido a la vida colectiva.
Los rituales mayas no son espectáculos. No se hacen para turistas. Se realizan en la intimidad de los patios, en las milpas, en las cocinas y en los altares sencillos. Son puentes que conectan el pasado con el presente.
En ellos, la palabra tiene poder, el maíz tiene alma y el silencio tiene significado.