Mérida, la capital del estado de Yucatán, es una ciudad rica en historia y arquitectura, donde las casonas antiguas son testigos silenciosos del paso del tiempo. Entre ellas, una de las más icónicas y enigmáticas es El Pinar, ubicada sobre la calle 60, muy cerca de la avenida Colón. Su característico color rosa y su imponente diseño arquitectónico la convierten en un referente visual y cultural que atrae la atención tanto de locales como de visitantes.
Construida en 1915, El Pinar se encuentra sobre un terreno de más de 5,000 metros cuadrados, un espacio amplio que alberga una edificación majestuosa y bien conservada. La casona destaca no solo por su tamaño y belleza, sino también por el aura de misterio que la envuelve. A lo largo de los años, poco se ha sabido con certeza sobre sus primeros dueños, y los motivos por los cuales la vivienda permaneció deshabitada durante largos periodos han dado pie a numerosas leyendas urbanas que enriquecen su historia.
Una de las narrativas más difundidas relata que, en 1985, El Pinar fue habitada por un joven matrimonio procedente de Portugal, quienes se dedicaban a la industria henequenera, una actividad que en ese tiempo era fundamental en la economía regional. Según la leyenda, la mujer fue mordida por un murciélago, lo que desencadenó en ella una enfermedad conocida como rabia, una afección que puede provocar síntomas severos como irritabilidad, convulsiones, espasmos musculares, alucinaciones y cambios drásticos en el comportamiento.
El rápido deterioro de su salud llevó a que su esposo, desesperado y sin muchas alternativas, decidiera aislarla dentro de la casona. Durante ese tiempo, las paredes de El Pinar fueron testigos del sufrimiento y la angustia vividos en su interior. Vecinos cercanos aseguran haber escuchado en las noches los gritos desesperados de la mujer, aumentando así el misterio y la leyenda que rodean a esta propiedad. Tras la muerte de la mujer, el esposo abandonó la casa, dejando la casona vacía y sumida en el olvido durante muchos años.
Aunque estas historias forman parte de la cultura popular, El Pinar tiene también un registro histórico más tangible. En sus orígenes, la casona perteneció a Humberto Peón, y tras un largo periodo de abandono fue adquirida y restaurada por Alberto Bulnes Guedea, un hombre que valoró el patrimonio arquitectónico y se encargó de devolverle parte de su esplendor. Más adelante, Bulnes vendió la propiedad a José Trinidad Molina Castellanos, cuya esposa es la actual propietaria.
En 2019, la curiosidad que muchos sentían por esta casona se vio satisfecha cuando El Pinar fue abierta al público durante una temporada breve. En ese tiempo, visitantes pudieron recorrer sus lujosos interiores, apreciar su arquitectura única y conocer los detalles que hacen de esta casona una joya arquitectónica. Sin embargo, actualmente El Pinar permanece cerrada, lo que contribuye a mantener su fama como un lugar rodeado de misterio y encanto.
Además de su valor histórico y arquitectónico, El Pinar representa una parte importante del patrimonio cultural de Mérida. Su estilo, que combina elementos coloniales con detalles que parecen sacados de un cuento, la hace destacar entre las construcciones del centro histórico. Es común que turistas y locales pasen frente a ella, admirando su fachada rosa y soñando con las historias que esas paredes podrían contar.
La casona también simboliza la mezcla de historia, leyenda y tradición que caracteriza a Mérida. En una ciudad donde lo antiguo convive con lo moderno, El Pinar es un recordatorio palpable de que el pasado sigue vivo, oculto en rincones y edificios que guardan secretos esperando a ser descubiertos.
En definitiva, El Pinar no solo es la casona más famosa de Mérida por su apariencia, sino también por las historias que la envuelven y el misterio que despierta. Su arquitectura, su color y su historia la convierten en un ícono que representa la riqueza cultural y el legado histórico de la ciudad y del estado de Yucatán.