En Yucatán, el bejuco representa más que una simple planta: es un símbolo de conexión entre naturaleza y cultura, una fibra que ha entrelazado generaciones, conocimientos y técnicas desde tiempos antiguos hasta nuestros días.
Aunque no existen evidencias arqueológicas directas del uso de bejuco antes de la llegada de los españoles, los registros del siglo XVI ya aludían a su presencia en la vida cotidiana de los pueblos originarios. Las fuentes etnobotánicas coloniales destacan el uso del bejuco para la construcción de viviendas y para la elaboración de cestos, lo cual indica su relevancia en actividades esenciales para la vida comunitaria.
Los cestos han sido desde entonces herramientas indispensables para el traslado y almacenamiento de productos, como alimentos, semillas, objetos personales o materiales de uso diario. Por su versatilidad, resistencia y disponibilidad en la región, el bejuco se convirtió en una de las materias primas predilectas para el tejido manual.
Aunque no hay certeza absoluta, es razonable suponer que el uso del bejuco en Yucatán precede incluso a la llegada de la agricultura. El trabajo con fibras naturales parece ser una práctica ancestral, posiblemente desarrollada por los antiguos mayas para satisfacer necesidades prácticas mediante recursos del entorno.
En la actualidad, el trabajo con bejuco sobrevive como una tradición viva en algunas comunidades del estado. Ebtún y Kinchil, en particular, destacan como centros donde todavía se elaboran diversos productos hechos con bejuco, manteniendo vivo el legado de generaciones pasadas.
En estos lugares, artesanas y artesanos transforman el bejuco en canastos, sombreros, portamacetas, bolsos, fruteros, muebles y adornos, entre muchos otros objetos. Algunos de estos artículos se producen para uso personal, pero muchos también se destinan a la venta, tanto en mercados locales como en ferias artesanales o centros turísticos.
Este tipo de artesanía requiere una gran destreza manual, paciencia y conocimiento del material. El bejuco debe ser recolectado, tratado, humedecido y manipulado con precisión para lograr la flexibilidad necesaria sin que se rompa. El tejido es un arte que mezcla tradición, creatividad y utilidad.
Además, el trabajo con bejuco es una muestra clara de sostenibilidad, ya que se basa en el uso de materiales locales, naturales y renovables, sin necesidad de procesos industriales contaminantes. En un mundo cada vez más consciente del medio ambiente, estos saberes cobran una relevancia renovada.
Para muchas familias mayas, la artesanía del bejuco no solo representa una fuente de ingresos, sino también un orgullo cultural, una manera de mantener viva su identidad y su relación con la naturaleza.
A través de estos objetos tejidos a mano, cada fibra narra una historia: de comunidad, de esfuerzo, de respeto por la tierra y de continuidad cultural. A pesar de los cambios sociales y económicos que ha enfrentado Yucatán a lo largo de los siglos, el bejuco sigue siendo un hilo silencioso pero resistente que enlaza el pasado con el presente.
Promover y valorar estas prácticas artesanales es también una forma de proteger el patrimonio inmaterial de Yucatán y de dar voz a las manos que siguen creando con sabiduría, paciencia y dedicación.
Así, entretejido entre los árboles, la historia y las manos de su gente, el bejuco continúa floreciendo, demostrando que la tradición también puede ser un acto de resistencia y belleza.